El arte de morir by Émile Zola

El arte de morir by Émile Zola

autor:Émile Zola [Zola, Émile]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2009-01-01T05:00:00+00:00


VI

Nueve meses después de su regreso a París, la hermosa Madame Chabre daba a luz a un niño. Monsieur Chabre, encantado, se llevó aparte al doctor Guiraud y le repitió con orgullo: «¡Ha sido gracias a las lapas, pondría mi mano en el fuego!… Sí, todo un paño de lapas que comí una noche, ¡oh!, en circunstancias bastante curiosas… Poco importa, doctor, ¡el caso es que jamás hubiera imaginado que las caracolas tuvieran tamaña virtud!».

El arte de morir

I

El conde de Verteuil tiene cincuenta y cinco años. Pertenece a una de las familias más ilustres de Francia y posee una gran fortuna. Mal avenido con el gobierno, siempre ha buscado todo tipo de ocupaciones, aportando artículos a revistas científicas, lo que le ha valido una plaza en la Academia de las ciencias morales y políticas, se ha dedicado a los negocios, apasionándose sucesivamente por la agricultura, la ganadería y las bellas artes. Incluso, durante un corto periodo de tiempo, ha sido diputado, distinguiéndose por su oposición recalcitrante al gobierno.

La condesa Mathilde de Verteuil tiene cuarenta y cinco años. Aún se la cita como la rubia más adorable de París. La edad parece haber blanqueado su piel. Siempre fue un tanto delgada; ahora, al madurar, sus hombros han adquirido la redondez de una fruta sedosa. Nunca ha sido tan hermosa como ahora. Cuando aparece en un salón, con sus cabellos dorados derramándose por el satén de su pecho, parece que se produce el amanecer de un astro; las muchachas de veinte años la envidian.

La vida en pareja del conde y de la condesa es uno de esos asuntos de los que no se habla. Se casaron como se casan a menudo en su mundo. Incluso se asegura que durante seis años vivieron muy bien juntos. En esa época tuvieron un hijo, Roger, que ahora es teniente, y una hija, Blanche, a la que han casado el año pasado con Monsieur de Bussac, relator. Siguen conviviendo por sus hijos. Aunque hace años que se han separado, han quedado como buenos amigos, aunque en el fondo siempre movidos por el egoísmo. Se consultan las decisiones; en público, siempre se presentan como la pareja perfecta; pero luego cada uno se encierra en su habitación, donde reciben a sus amigos íntimos a su libre albedrío.

Sin embargo, una noche, Mathilde regresa de un baile hacia las dos de la mañana. Su dama de compañía la desviste y cuando se va a retirar le dice: «Esta noche, Monsieur el Conde se encuentra un poco indispuesto».

La condesa, medio dormida ya, gira perezosamente la cabeza. «Ah», murmura. Se tumba y añade: «Despiértame mañana a las diez; espero a la modista».

Al día siguiente, durante el desayuno, como el conde no hace acto de presencia, la condesa primero pide nuevas de él y luego se decide a subir a verlo. Lo halla en la cama, muy pálido pero guardando la compostura. Ya han venido tres médicos, han charlado en voz baja y han dejado instrucciones; volverán por la tarde. Es atendido por



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